(Publicado por primera vez como nota en nuestro perfil de facebook el día 31 de enero de 2013 pero aún actual)
Cada año nacen decenas de yacos (Psittacus erithacus) en España y en un buen porcentaje de casos son criados artificialmente, así que cabe pensar que lo que contaremos en este texto no es nuevo. Nosotros mismos hemos criado otros ejemplares desde hace décadas. Sin embargo, esta historia es algo diferente y creo que vale la pena detallar cuestiones que podrían servirnos para reflexionar.
Desde el primer ejemplar del que tuve que hacerme cargo, aprecié que hacíamos muchas cosas mal, al menos desde el punto de vista del animal, de que en casi toda la escasa información a que podía acceder -hace de esto casi 25 años- el objetivo prioritario era el deseo y la comodidad del humano, incluso cuando los loros no sufrieran maltrato (o al menos no otro maltrato que el hecho de estar cautivos y sometidos a nosotros). Siempre me ha preocupado mejorar paso a paso los métodos y siempre he pensado que la naturaleza era el principal modelo a imitar. Hoy sigo convencida de ello y por ello me esfuerzo.
Entraré pues en materia hablando de nuestros yacos, los parentales. Son ellos la razón de que haya un pequeño más en casa y la razón última de estas líneas. Ellos y las decenas de ejemplares que como ellos son y, por desgracia, van a ser en los años venideros.
La hembra nació en un criadero comercial de los mayores de Europa, fue criada a papilla artificialmentedesde la 6ºsemana (la que algunos técnicos estiman como etapa ideal para sacar del nido) y vendida a un comercio donde terminaron su cebado y la vendieron a un particular. Desde su adquisición fue un ejemplar físicamente saludable, dócil, aunque bastante excitable, con buena disposición hacia los humanos... Digamos que comercialmente era una “buena mercancía”… O no tanto. también desde el primer momento mostraba un extremado temor a la oscuridad, sustos y aleteos nocturnos por cualquier razón. Pese a que sus propietarios se esmeraban en acomodarla del mejor modo, el asunto tardó varios años en mejorar y requiso un trabajo muy concienzudo para que aguantara noches completas en las mismas condiciones que otros ejemplares de su edad. Por suerte para ella, había ido a parar a un lugar en que la querían y respetaban sus peculiaridades.
Durante años, nosotros la estuvimos viendo por temporadas cortas, cuando nos la traían en residencia por las vacaciones. Aquí, durante el día, desplegaba sus encantos con todos los vecinos de “campamento” y se aprendía los nombres y sonidos de cada uno de ellos. Un día tuvimos la triste llamada de sus propietarios, las circunstancias, muy reales, de la vida les impedían continuar cuidándola y solo querían que estuviera bien, que alguien en quien confiaban y que la conocía perfectamente desde muy joven pudiera hacerse cargo de ella. No pedían nada a cambio, solo que aquella preciosa hembra continuase con una vida de calidad y no perdiese todos sus referentes. Tras pensar un buen rato en las condiciones que podíamos ofrecerle, aceptamos la adopción, así que aquella vez, hace ya años, volvió para quedarse.
El macho también ha sido criado con papilla; nació en diferente criadero y circunstancias que la hembra. También el objetivo, desde el instante de nacer, había sido hacer de él un loro mascota y a ello se orientó el trabajo: cebado artificial, sociabilización en ambiente familiar, etc. También lo conocemos desde muy joven, cuando con unos seis o siete meses lo trajeron por vacaciones.
Aunque su aspecto imponente pueda aparentar lo contrario, desde siempre ha sido un ejemplar con acusada neofobia, pero notablemente pasivo en ocasiones en que cualquier otro yaco aprovecharía para volar, jugar o relacionarse con el entorno o con otros loros, muy seriamente aterrorizado por los niños pequeños y auténticamente obsesionado por la comida; por lo demás, bellísimo, charlatán y razonablemente manejable. Teniendo en cuenta que el objetivo había sido venderlo como mascota, no era tampoco “mala mercancía”. Había manifestado en su viejo hogar algún brote de picaje localizado, que por fortuna hace años que no se repite. También durante años ha estado volviendo en vacaciones. A raíz de aceptar a la hembra, observando el extremado interés de ella, que él parecía razonablemente receptivo y que los propietarios del macho comenzaban a asumir que en su hogar no acababa de estar a gusto, les propusimos un préstamo de cría con opción a otras decisiones definitivas.
Desde el primer momento, aunque se manifestaba ese aparente interés mutuo entre ambos, se fue haciendo evidente que el macho no estaba entendiendo a aquel espécimen de su color y tamaño como un congénere, sino acaso como un juguete interactivo bien diseñado. Si lo explicáramos con términos “humanizantes” era extremadamente egoísta, buscaba su propio entretenimiento y la interacción nunca era equitativa, hasta el punto de que en bastantes ocasiones, estando la hembra más que predispuesta para el cortejo y la cópula, él la ignoraba o prefería dedicar su atención a un posadero o a la mano que le colocaba el comedero en la jaula. Sin embargo, tampoco parecía gustarle nada que otros seres vivos interactuaran siquiera vocalmente con la hembra. Ella por su lado mostraba una clarísima preferencia por ese ejemplar, así que pensamos que sería cuestión de dejarlos a su manera, dando tiempo. Cuando menos, se harían compañía y aprenderían juntos nuevos modos.
Ya juntos en la misma jaula, colocamos un nido de madera. Pasó más de un año desde que ella comenzó a tocarlo e inspeccionarlo hasta que él se decidiera a aproximarse a ese lateral de la jaula, luego a que le pareciera algo digno de curiosear, lo que todavía es más significativo si consideramos que él ya había dispuesto de cajones a modo de cobijo en su anterior hogar y en su alojamiento individual, antes de estar con ella. Por supuesto, ante su desinterés, hemos probado otras opciones, hemos permitido que estuvieran sueltos (ocasiones en que él se limitaba a permanecer en lo alto de la jaula o incluso en el interior con la puerta abierta si los recipientes de la comida estaban dentro).
Por meses observamos a la hembra con posturas de solicitud que eran sistemáticamente ignoradas hasta que en algún momento, más por la extrema dedicación de ella que por la habilidad de él, consiguió que la montase. Entonces se inició una nueva etapa igualmente desconcertante, el macho estaba permanentemente intentando copular, pero sin verdaderos rituales de cortejo como hemos visto en otros machos, sino más bien en el esquema “aquí te pillo y aquí te mato” Lo que teniendo en cuenta el firme temperamento de la hembra ha dado lugar a sonoros encontronazos, aunque por otro lado, los intentos de reconducir o reemparejarlos con otros ejemplares tampoco funcionaron. Volviendo al lenguaje cotidiano: ella había elegido a su tipo y no pensaba entenderse con otro; él, dada su cada vez menos activa conducta fuera de este dúo peculiar, tampoco parecía tener un porvenir muy claro, así que decidimos aceptar el caso como venía y alojarlos juntos esperando novedades.
Hubo varias puestas claras y luego un par de huevos que no acabaron su ciclo; el macho los destruía en su afán por acaparar en todo momento a la hembra y el nido, así que comenzamos a adoptar alguna otra medida, visto que ella parece dispuesta para ser una buena madre y que queríamos evitar en lo posible la incubación artificial.Una vez hecha la puesta, separamos al macho a una jaula contigua al nido, pensando en que mantuvieran el contacto sin acceso de él a los huevos, pero imaginando que acaso mantendrían la interacción. Entonces cesó su interés por la hembra consagrándose a bandejas, barrotes y enseres de su propio alojamiento, de modo que ella acababa cuidando mal la puesta para salir a procurarse comida. No lograba mantener las condiciones por sí misma.
En una nueva reunión de la pareja, con extremos cuidados de parte de ella y mucha vigilancia nuestra, llegó a nacer un polluelo. Todo aparentaba ir bien, pero pasados unos días del nacimiento, cuando empezábamos a pensar que lo estábamos llevando a buen puerto, el macho comenzó de nuevo a no colaborar .Ella acabó teniendo que salir a comer, momento aprovechado el padre para entrar al nido, matar al pequeño y tomar de nuevo posesión de aquel lugar. Era imprescindible cambiar de nuevo el plan.
Las opciones más inmediatas eran dos, de una parte, volver a separar al macho y apoyar a la hembra cebándola y disponiendo la comida tan cerca del nido que apenas tuviera que dejarlo, para que mantuviese el calor; de otra, la retirada de la puesta para su incubación artificial. Ambas opciones nos desagradaban por el exceso de intervención, pero parecía necesario hacer algo al respecto. Dado que las circunstancias nos dificultaban en esos momentos la reestructuración de la jaula y que habíamos conseguido preparar una incubadora, asumimos que nos tocaría cebar a los polluelos desde el primer día. Otra vez fue preciso aceptar que los hechos iban más rápido que nosotros, antes de completar la puesta, nuestro macho había vuelto a entrar al nido y dañar ligeramente los huevos, así que los retiramos de inmediato y colocamos los dos en la incubadora.
Desde este momento comenzó otra etapa. La experiencia nos ha mostrado, no solo con este macho, sino con otros muchos ejemplares, hasta qué punto es perjudicial una confusión de identidad específica en un loro. No se trata solo de esas anécdotas, para algunos divertidas, de que el loro se “enamore” del perro o de la abuela de la casa, se trata de que ese espécimen se convierte en un inadaptado perpetuo, incapaz de adecuarse a las circunstancias que su larga vida puede depararle. Ningún criador, ningún propietario pueden saber qué será de un loro cada momento de su larga existencia. Debería ser capaz de aprender a adaptarse cuando menos a lo que son situaciones probables en cautividad.
Hace treinta años poníamos el objetivo en la mansedumbre, en la docilidad, sabíamos muy poco y bastante mal sabido, pero hoy sería imperdonable caer en los mismos errores. Al menos nuestra conciencia nos lo dictaba así, de modo que desde que tomamos aquellos dos huevos en la mano decidimos aplicar ingenio y el conocimiento adquirido para paliar en todo lo posible los efectos de nuestra intromisión. Aunque tocara cebar a aquellos polluelos desde el nacimiento íbamos a procurar que se les notara lo menos posible. Quizá una paradoja si pensamos en la cantidad de criadores que se proponen justo lo contrario, que el loro sea poco menos que un humano con plumas.
El primer huevo no llegó a término, el embrión estaba muerto y en pocos días fue evidente a la inspección (En este punto debo aclarar que, incluso aunque no se llegue a romper el cascarón, es crucial que los huevos no sean zarandeados bruscamente, ya que en caso contrario, aún estando fecundados, el embrión puede ser dañado y morir) pero el segundo continuaba progresando a muy buen ritmo.
Podía haber sonado muy bonito eso de “rescatar a los pobres polluelos de un padre asesino” pero esa no es la realidad y solo hubiese asegurado tener nuevos desclasados, aunque lo fueran por razones diferentes. Queremos estar seguros de que hemos hecho todo cuanto hemos sabido para que este sea un yaco en toda la extensión de la palabra. Habíamos comenzado por colocar la incubadora en la misma sala que los padres y organizándolo todo para que ese pollo, que parecía que sí podía nacer, tuviese desde el primer instante prácticamente todo lo que hubiera tenido en el nido, excepto el problemático contacto directo con su padre. Escucharía sus sonidos, los vería cuando debiera salir del nido, ellos podrían verlo a él día a día y acaso en un futuro...
Cuando se cumplió el tiempo de incubación según nuestros cálculos, comprobamos ilusionados que el pollo estaba abriendo la cámara de aire y que se le escuchaba con claridad. A la inspección nos parecía muy grande, pero la verdad es que es difícil decirlo cuando se observan solo siluetas y sombras tras el cascarón… Empezamos a observar también los primeros signos de picoteo en la cubierta. Estábamos preparados, pero bastantes horas después empezamos a sospechar que algo andaba mal. La rotura del cascarón se había detenido, hacía ya tiempo que no progresaba y al trasluz parecía que la cámara de aire estaba ya totalmente ocupada. Desde que un polluelo comienza a romper la membrana que lo separa de la cámara de aire hasta que consigue abrirse paso al exterior tiene un tiempo limitado, en el que puede respirar esa reserva de aire, si no logra salir fuera, muere asfixiado dentro del cascarón, así que planeamos una intervención más, leve en este caso; abrimos un pequeño orificio en el punto en que parecía estar la cara, si el pollito estaba bien con eso respiraría y continuaría su trabajo. Escucharle gritar con más ahínco al percibir la entrada de aire nos animaba. Volvimos el huevo a la incubadora para esperar, pero el pequeño seguía sin avanzar. O estaba demasiado agotado o había más problemas.
Siempre he temido abrir un huevo en esta etapa. Si el polluelo no está listo, hay altas posibilidades de dañar su unión con el saco vitelino y que se desangre. Si el saco no está bien absorbido hay riesgos de infecciones y además los polluelos prematuros se enfrían y deshidratan con rapidez, es decir, muchas papeletas para que se muera ante tus ojos, dejándote una horrible sensación de culpabilidad y de ser un puñetero manazas. Esperamos unos minutos más, pero cada vez la llamada del pollo era más débil, así que armados con suero, pinzas, bastoncillos de algodón y glicerina, decidimos abrir. Pronto se hizo evidente la razón del retraso, además de que, en efecto, el pollito era muy voluminoso para el tamaño del huevo y por tanto la reserva de aire había sido escasa, la posición del pequeño en el interior era anormal. En la avicultura convencional se cataloga como malposición III y, si hemos de creer citas como la de S. Clubb y A. Philips en “Psittacine aviculture” el ejemplar colocado en esa forma morirá si no se interviene, ya que el ala, colocada sobre la cabeza, impide continuar el movimiento de giro y el pipeteo que le llevarían a completar la apertura del cascarón.
Aquel pequeño ser, sonrosado, tierno y calentito parecía tan fuerte que me negaba a pensar que no podía salir adelante, así que muy poco a poco, con gotas de suero tibio cuando entreabría el pico, lo rehidratamos y fuimos moviendo su ala con el bastoncillo untado en glicerina. Cada vez que se encogía o se quejaba ligeramente temía que empezara a torcerse todo, esperaba unos segundos y vuelta a empezar, ayudando a rotar y sacar la cabeza de su trampa o más bien, a soltar el ala hacia fuera. El pequeño se enfriaba enseguida, pese a que la habitación parecía caliente y nosotros sudábamos, por fin el ala salió completa del cascarón. Parecía normal y no daba impresión de que la hubiéramos dañado, además el pollo parecía iniciar un movimiento, no había sangrado, así que decidimos esperar a ver si ahora podía salir por sí mismo en cuanto recuperase la temperatura y las fuerzas. Lo volvimos a la incubadora y cruzamos los dedos.
A la siguiente inspección el polluelo estaba fuera del cascarón, sin trazas anormales del vitelo y con excelente aspecto. En las horas siguientes comprobamos que, como ya nos había sucedido en estos años con otros casos de nacimientos difíciles, el pequeño se deshidrataba bastante. Corregimos ligeramente los índices de la incubadora, le suministramos suero y fuimos logrando que se estabilizara. Aceptó muy bien la primera comida, una papilla diluída al 1:5 que, por supuesto, recibió a pocos centímetros de su madre. Ésta hacía ruiditos de reclamo cada vez que escuchaba el quejido del pollo y se mostraba realmente atenta y curiosa con nosotros. El macho pasaba del desinterés a la postura de amenaza, en algún momento incluso amagó molestar a la hembra, pero como hemos dicho, ella es ya suficientemente segura de sí misma para parar dichos amagos.
Durante tres meses hemos cuidado de que el pollo esté alojado en un recipiente oscuro, profundo, caliente, evitándole la llegada de luz intensa incluso durante las tomas y procurando que escuche a sus padres, hemos colocado dentro del falso nido, además del sustrato que absorba la humedad y sea mullido para sus patas, bolas blandas e irregulares de celulosa con las que se rozase al moverse, simulando así en cierto modo el contacto de otros hermanos, para no privarle del sentido del tacto, y hemos ido siguiendo en cuanto hemos podido la guía de nuestra observación de otros padres menos complicados.
Pesábamos cada día antes de la primera toma, anotábamos los cambios y seguíamos combinando intuición y conocimiento, pero sobre todo esperanza. Bromeando por sus resultados comenzamos a referirnos a él como el “megapollo”.
Un día, al limpiar su nido, una rendija de luz algo más intensa le alcanzó desde arriba y escuché al pequeño emitir un gruñido de miedo absolutamente inconfundible- quien ha escuchado a un yaco emitirlo sabe a qué me refiero- supe que en efecto algo era ya diferente a otros criados desde el cascarón y sin adultos. Él si sabía “sonar como un yaco”, aunque las condiciones de crianza no fueran las ideales.
Cuando nuestro pollo estuvo lo bastante fuerte y vigoroso para trepar hasta el borde de su falso nido, salió hasta la entrada para curiosear, así que pasamos el cobijo a una jaula con ramas y apoyos cercanos a la boca de éste para que saliese cuando lo deseara. También desde ella podía ver y escuchar a sus padres, pues la montamos adosada a la de ellos. Tenía casi tres meses cuando empezó a permanecer fuera por propia voluntad y entonces comenzamos a ofrecerle un muestrario de alimentos sólidos que podía alcanzar y explorar con su pico. También veía como sus padres comían. Como era de esperar, al ir tomando la comida sólida, comenzó a no desear tanto la papilla de cebado y a estar más alerta a su entorno, así que consideramos que era el momento de permitir que pudiera volar y ejercitarse. Dado que no podíamos dejarlo aún solo en un aviario y que estaba entrando en la etapa en que hubiera iniciado su sociabilización si se hubiese criado naturalmente, empezó a pasar varias horas cada día en la sala en que se ejercitan otros loros, con sogas, perchas más y menos inestables, ramas y demás posibles apoyos. De vez en cuando le ofrecíamos un poco de papilla para reforzarlo, pero ya comía muy bien, aunque todavía pasaron algunos días más antes de que controlara la apertura de todo tipo de semillas y los aterrizajes.
No deja de ser un loro artificial o humanizado, nacido en cautividad, criado entre paredes y rejas, alimentándose con productos en su mayoría europeos, pero continuamos procurando que se le note solo lo justo y que eso no impida que en un futuro, si así se dan las cosas, sepa tratarse con otros ejemplares como él, reconocerse como loro, saludar o enfadarse como ellos. De hecho, nos complace comprobar que no siempre quiere estar con nosotros, que emite sonidos muy similares a los de otros compañeros de sala, que curiosea a los demás especímenes con idéntico empeño que a los humanos, que sabe dirigirse a ellos tanto con sonidos de solicitud claramente infantiles o enfadarse como todo un yaco...
El día 15 cumplió seis meses. Ahora trabajamos en algunos pequeños detalles para su manejabilidad en este entorno humano en que ha nacido: acudir a la llamada de sus cuidadores, guardarse en un trasportín o en la jaula, tolerar la presencia de otros humanos y de otros animales si ellos lo respetan a él y alguna otra servidumbre de esta vida en cautiverio. No hemos tenido la menor intención de que admita caricias ni contactos innecesarios, aunque sí que los reclama en ocasiones y le gusta jugar con nosotros, pero sabe entretenerse, ser autónomo y “manifestar su opinión”. Necesita, como todo yaco normal, sus tiempos y sus ritmos para aceptar novedades, pero no se aterroriza por ellas en el modo en que lo hacían sus padres. Si todo es normal, pronto estará listo para una vida autónoma. Mañana pasará una revisión veterinaria completa, después de las atenciones que ya ha ido teniendo durante su proceso de crecimiento. Le hemos llamado Berzu.
Más o menos con esta edad conocimos a sus padres y ya entonces se apreciaban en ellos modos de conducta que no presenta este ejemplar. Solo el tiempo dirá si hemos hecho un buen trabajo, dadas las circunstancias, pero nuestro “megapollo” es una prueba más de que no es imprescindible criar un loro sobreexponiéndolo desde el día de sacarlo del nido para que pueda adaptarse a la convivencia en cautividad. Nuestros parentales continúan sin ser capaces de procrear con éxito a sus nidadas y también son la prueba viviente de muchas cosas.
No he escrito esta nota para hacer un alarde, puesto que poco o casi nada sabemos aún, ni para satanizar a quienes no lo hacen como yo, porque siempre se está a tiempo de evolucionar, sino para animar a quienes esto lean a reflexionar y, acaso, a cambiar detalles de su propia tenencia y de sus propios modos. Ponemos empeño en cuestiones importantes, pero nos despistamos-algunos premeditadamente- de otras.Bienvenido el cuidado de los menús, de los enseres, de las jaulas, bienvenidos también los planes de enriquecimiento ambiental y los chequeos veterinarios anuales, pero con todo, la mayoría de nosotros tiene una visión a corto plazo y muy focalizada a un único objetivo. Los loros, los yacos en este caso, son seres longevos, inteligentes, sensibles y muy complejos, así que un enfoque limitado tiene altísimas probabilidades de funcionar mal en la larga vida de un espécimen, que podría incluso sobrevivirnos. Ni los criadores ni los propietarios podemos saber cuál será el futuro de un ejemplar que nace hoy, de modo que deberíamos obligarnos a asegurar que pueda adaptarse a los cambios con todas las herramientas que podamos proporcionarle.
Por eso hoy, como aquel primer día en que empezamos a subir fotografías y a contar su historia, nosotros continuamos siguiendo a Berzu con los dedos cruzados.
NOTA: para quienes no sabéis de lo que hablo, aquí está el enlace al álbum de fotos: https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10151094006239479.449908.57665334478&type=3
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