jueves, 12 de noviembre de 2015

SOBRE EL VUELO DE LOS LOROS MASCOTA

¿DESINFLAR EL GLOBO O DARLE AIRE? Por Ana Matesanz de Guarouba
19 de mayo de 2013 a las 17:27
Hace bastantes años que respondo preguntas respecto al tema de que hoy voy a ocuparme. Inevitablemente, siempre que lo hago, compruebo que a mis interlocutores les sorprende mi enfoque: ¿Por qué una persona que siempre se ha manifestado por el respeto y el buen trato de los animales me está diciendo esto? ¿Qué puedes tener tú en contra del vuelo libre?
La respuesta es siempre idéntica: Todo y nada. Pero es claro que necesitaré extenderme y detallar mejor mis argumentos para hacerme comprender, porque no es un asunto de estar en contra. Es más, creo que cuando sea posible permitir responsablemente que un papagayo vuele, deberemos hacerlo.

¿Estoy planteando  que un loro no debería volar? Repito,  no. Sólo pretendo que quienes escuchan este término, quienes contemplan filmaciones y fotografías sean conscientes de cuantos esfuerzos, cuantos límites y qué enormes ejercicios de responsabilidad deben hacerse para que la práctica del vuelo con loros cautivos sea realmente lo que se pretende y no un mero aliviador de malas conciencias. Añado, y lo explicaré también, que puede incluso ser una mala práctica. Continuad leyendo y después tendréis más motivos sobre los que replicar.

Comenzaré por el nombre. En verdad que es una expresión comercialmente estupenda, muy conseguida para atraer al propietario. Desde el punto de vista del manejo del ave y aún de la gramática, es la contradicción en sí misma e induce en el neófito una sensación de ligereza, de facilidad, completamente alejada de lo que una práctica responsable requiere. Para decirlo con palabras simples,  pocas cosas hay menos libres que la práctica responsable del vuelo libre.
La expresión “Vuelo libre” es una traducción literal del término americano Free-fly con que se agrupan un conjunto de técnicas que permiten hacer volar en el exterior y sin ligaduras físicas a las aves mantenidas en cautiverio. Éste es el quiz, la traducción de free se ha tomado en una acepción simplista, pero free en inglés significa también sin atar, permitido o autorizado. Son estas últimas acepciones las que realmente deberíamos usar para denominar a esta práctica “Vuelo autorizado en exterior”  -¡Tan poco comercial!- Y aún así podríamos caer en el equívoco. Cuando practicamos el llamado vuelo libre, estamos desatando al loro y autorizándole a que vuele, sí, pero con anterioridad a ello hemos debido trabajar concienzudamente para asegurarnos de que esa ave va a regresar a nuestras manos y a la cautividad en que lo mantenemos el resto de su vida.
Ningún propietario en su sano juicio, ninguna persona responsable, se plantea soltar sin más a su papagayo en un espacio urbano o periurbano, como el que habitamos la mayoría, y esperar lo que pueda acontecer. Es evidente que nos preocupa -dejo al criterio de cada uno las razones- que el loro pueda volver.

Este escrito será forzosamente corto, tanto en las cuestiones éticas y filosóficas como en las técnicas, pero me importa que cuando menos nos haga plantearnos dudas y una profunda reflexión respecto a nuestros modos de tenencia y a las pretendidas soluciones que elegimos para que esta tenencia sea menos cruel. Si somos capaces de reconocernos como muy imperfectos y de situarnos en un plano de mayor igualdad con nuestros papagayos estaremos, a mi entender, un poco más cerca de hacerlo bien (o sería más ajustado decir de hacerlo menos mal).

Vayamos con un poco de orden. Toca reflexionar, aunque aquí sólo quepan algunas pinceladas. La primera reflexión que deberíamos hacernos es ¿Por qué queremos hacer volar al papagayo en exterior? La mayoría de las personas a quienes planteo esta pregunta suelen responderme cosas como “Sería maravilloso verlo” “Me encantaría eso de llamarle y que viniera, como he visto que hacen los del zoo” o “Me gustaría poder llevármelo a más sitios”... algún otro dice cosas como “Para que haga ejercicio”. Si analizamos detenidamente estos planteamientos, tenemos más un componente de satisfacción personal que un planteamiento respecto a la necesidad del loro. Claro que una gran mayoría de nosotros, aunque cueste reconocerlo públicamente, tenemos a los loros por satisfacción personal y un punto de egoísmo.

¿Por qué vuela un loro? Hace años ya que lo escribí en un trabajo anterior. Está observado en campo, con diferentes especies de psitaciformes y en distintos hábitats, que el vuelo supone menos del 10% de la actividad diaria del ave, aunque eso no lo hace menos necesario. La realidad es que en la inmensa mayoría de los casos un loro vuela por un motivo y en determinadas condiciones: Búsqueda de alimento, de compañeros, de lugares seguros para reposar o hacer su nido, huída de un peligro... Los loros, además de aves voladoras, son presas, a menudo lo olvidamos, y están diseñadas para buscar su seguridad, evitarán exponerse en condiciones de inferioridad como puedan ser el aislamiento, los espacios abiertos y no conocidos, la mala condición física...
Los humanos tendemos a imaginar el deleite del vuelo por el vuelo, pero lo cierto es que en la mayoría de las ocasiones, el desplazamiento va asociado a algo más y, desde luego, cuando es un vuelo gustoso, suele practicarse en pareja o en grupo, no aisladamente en un espacio desconocido y sin cobijos.
Cuando hacemos que un loro mascota deba volar en exterior no siempre tomamos en consideración estos extremos. Hacemos volar al loro en solitario, en espacios abiertos, porque nos importa sobre todo verlo. Practicamos con él reclamos,  extendemos las sesiones a nuestro criterio y necesidad.

Pasemos entonces a analizar someramente el cómo. Un papagayo en naturaleza sale del nido sólo cuando ha completado plenamente una etapa de su desarrollo y todos sus órganos están listos para exponerse a la luz y a los cambios fisiológicos que ello comportará; empieza entonces el ejercicio de batir alas, de fortalecer patas, de adquirir destreza en los miembros para que éstos funcionen a plenitud. Aunque ya vuela, continúa por bastante tiempo -que varía de semanas a meses según la especie y el ejemplar- bajo la supervisión de sus padres, siendo cebado por ellos, aprendiendo simultáneamente cuales son los peligros, en qué punto de madurez son mejores los frutos, hasta donde puede o no puede aproximarse a otro ejemplar cuando se posa, cuanto conviene alejarse...Y en esa etapa va mejorando, siempre con los adultos alrededor, sus técnicas de vuelo. No se quedará solo si no media un accidente grave. Es, a fin de cuentas, como aprende cualquier cría de cualquier especie a desenvolverse en su entorno y a socializar.
Llegado a la etapa de plena autonomía, el papagayo continúa desenvolviéndose en grupos más o menos abundantes, formándose siempre bandadas más numerosas para los grandes desplazamientos, en los recorridos que exigirán espacios abiertos y que comportan mayores riesgos. Cada grupo tiene su territorio, sus áreas de distribución, sus límites a menudo intangibles. Tanto es así que uno de los problemas a que se enfrentan algunas especies es la fragmentación de su  territorio por la deforestación; las aves no pasan de una “Isla de arbolado” a otra y eso comporta numerosos problemas que no son caso de tratar aquí, pero que sí deberían atraer nuestra atención.

Pero más allá de estas generalidades, válidas prácticamente para todo el orden de los psitaciformes, hay diferencias entre cada especie, porque los hábitats, la disposición anatómica, la etología de cada una, son singulares. Hablamos de loros como si fuese lo mismo un Kakariki que un guacamayo de Lear o que una Pyrrhura.  Basta un poco de sentido para entender que las diferencias que a simple vista percibimos no son sólo un resultado caprichoso, sirven a un fin y se mantienen porque han funcionado a lo largo de generaciones. Una especie no tiene la cola corta o las alas redondeadas por capricho de la naturaleza, sino porque se debe desenvolver de determinada manera en determinados espacios y lo mismo sirve a la longitud de su fémur, a las proporciones de su tórax o a cualquier otro detalle de su anatomía.

Así las cosas, pensemos ahora en nuestra práctica del vuelo. Para comenzar, el humano que posee un loro no quiere perderlo en la primera salida. Ya sea por responsabilidad o por egoísmo, la intención es que vuelva cada día a casa. ¿Cómo conseguimos esto? Aparte del uso de arneses y fiadores, que no entrarían en la definición estricta del “Free -fly”, se hace necesario un proceso de adiestramiento extremadamente cuidadoso que nos permita tener casi un 100% de seguridad de que nuestro papagayo va a retornar. Aquí hacemos trabajar a la técnica y hay que decirlo muy claramente, la técnica consiste en generar una ligadura no física, sino mental entre el ave y su cuidador. Una ligadura tan perdurable como lo vaya a ser la vida del ave y la práctica de estos ejercicios, una ligadura que toca reparar, reconstruir cuando se desgasta, como se repara el arnés, el fiador o como se repara o repone la correa con que paseamos al perro.
¿Cómo se constituye esa ligadura? Aquí vendrán de nuevo las alertas, las críticas o el rechazo a cuanto digo, porque a todos nos gusta pensar que nuestro loro nos quiere. Esto, que no tiene por qué dejar de ser verdad, es insuficiente para una práctica responsable del vuelo en exterior. Y ha dado lugar a no pocos incidentes.

Cuando estemos fuera, más aún que en interiores, la seguridad exigirá que las respuestas del ave puedan ser cuasi inmediatas, dado que pueden acaecer circunstancias que exijan recoger el loro rápidamente. Por otro lado, dada la diferencia de campo de visión y la condición de presa de nuestro papagayo, éste puede apreciar peligros que lo inciten a buscar refugio en puntos a los que no podemos acudir, o podría  espantarse, poniéndose en fuga sin control.
Piense el lector cómo procedemos con nuestro perro. Sólo nos atrevemos a dejarlo suelto cuando sabemos que acude a nuestro reclamo y aún en estos casos suceden incidentes y extravíos. Recordemos ahora que el loro va a estar desenvolviéndose en un medio al que su propietario o tutor no tiene acceso. Es pues absolutamente imprescindible haber trabajado sobre todos los aspectos que puedan incidir en su respuesta para reducir a mínimos  el riesgo, que nunca será cero.
Este escrito no es el lugar en que detallar exhaustivamente el proceso de preparación- algunos gustan de llamarlo acondicionamiento- del loro para la práctica del “Vuelo libre” pero sí me importa mucho indicar algunas de las claves sobre las que pensar.  El trabajo de adiestramiento se basa en el condicionamiento. Se genera una respuesta condicionada, no una elección, sino un acto sobre el que no cabe la reflexión. Para los que gustan de lecturas sobre estos temas voy a decirlo fácil: a una respuesta correcta sigue una recompensa, a una respuesta no correcta, nuevo trabajo de condicionamiento. Así hasta conseguir que a la indicación del entrenador, el loro acuda sin titubeos porque hemos generado lo que en psicología se conoce como reflejo condicionado. Esto es tanto más cierto cuando al método base se le van uniendo recursos como clicker, control de peso, etc. 

Es cierto que yo misma utilizo o he utilizado el modo de respuesta-refuerzo cuando he considerado que era el camino más rápido para enseñar algo que haya estimado imprescindible y urgente que el loro aprendiese. Lo empleamos consciente o inconscientemente cada día, incluso con nuestros hijos. Una técnica no es mala per-se, sí puede serlo un uso interesado o lesivo de ella.
A mi entender, el uso de esta técnica sobre papagayos que van a practicar vuelo en exterior se hace muchas veces  en modo lesivo, aunque tristemente, muchos propietarios no son conscientes de ello.

Los humanos no practicamos ni solemos enseñar el vuelo en la forma descrita para el aprendizaje natural. Antes bien, intentamos aislar al ejemplar de su entorno para que esté pendiente de nosotros, para que no se distraiga. Es cierto que una parte de esa imperfección deriva del hecho de que no somos aves voladoras y trabajamos con recursos humanos, pero es muy importante que seamos conscientes de estas diferencias para no llevarlas al extremo de incapacitar al ave. He tenido ocasión de tratar con demasiados ejemplares para los que la relación pasa exclusivamente por “estar en sesión con su entrenador” hasta el extremo de que no saben qué otra cosa hacer ni son capaces de entretenerse o interactuar fuera de esa circunstancia predefinida. Lamentablemente, muchos humanos no solo no perciben como problema este estado de cosas, sino que desean que siga siendo así, porque esta dependencia -creen- les garantiza el resultado favorable de cada excursión.

Para comenzar, el 90% de los loros que se destinan a esta práctica son tomados muy jóvenes, a menudo demasiado jóvenes, para adiestrarlos. La mayoría de ellos ni siquiera han completado su desarrollo psicomotriz a plenitud, ni siquiera son medianamente autónomos cuando se comienza a forzar en ellos una respuesta. Están expuestos a la luz y a los estímulos externos mucho antes del que sería el plazo natural, son colocados en posaderos en que a duras penas se sostienen erguidos, pero ya se empieza a practicar el reclamo.
El propietario encuentra, en lo que aún es una dependencia completa, un refuerzo para sí mismo. De pronto nos sentimos domadores y parece que nuestro papagayo es inteligentísmo porque nos entiende rápidamente. La realidad es que el pobre animal no puede hacer otra cosa y que estos resultados suelen enmascarar errores de bulto que se van a manifestar a posteriori. Un papagayo así manejado vuela a nosotros porque no sabe qué mas hacer, porque aún no está preparado para otra cosa. Tendría que pasar bastante tiempo y bastantes cosas aún para que sus actos puedan considerarse verdaderamente autónomos.

La gran mayoría de propietarios va a trabajar usando como premio el alimento, como hemos trabajado en el adiestramiento profesional por décadas. Ni lo escondo, ni me avergüenza decirlo. Pero en la frágil mente de un polluelo que aún se relaciona con el mundo por el pico y por la comida, este trabajo es un arma poderosa, tanto que usada sin conocimiento y medida, puede limitar su aprendizaje de otras muchísimas cuestiones,imprescindibles para su plena autonomía. Por mis manos han acabado pasando ejemplares biológicamente adultos, que están dramáticamente estancados en su etapa infantil, digo más, en su primera infancia, siendo incapaces de desenvolverse en el modo en que lo haría un papagayo de su edad al que no se hubiera condicionado tan severamente.
La manipulación llega en ocasiones a extremos tales que no solo se recompensa con alimento, sino que se llega a reducir el cebado fuera de las sesiones de trabajo y a limitar el vuelo y la movilidad de los jóvenes fuera de las sesiones, a tal punto que solo tienen ocasión de volar dónde y cuándo el entrenador decide. En una etapa en que la demanda de alimento abundante, variado y de calidad es máxima, algunos eligen limitar el suministro, desequilibrarlo aportando una alta proporción de alimentos grasos y mal balanceados a modo de recompensas. Así las cosas, llamar después vuelo libre a que ese “dónde y cuándo” se produzca en el tiempo de ocio del entrenador y en el lugar que él elige para su afición, tiene poco o nada que ver con la acepción de libre que todos podíamos haber imaginado al comienzo.

Escucho también decir con cierta frecuencia a los defensores a ultranza de esta práctica, que ese es el modo de conseguir que nuestro loro no escape. Esta información es cuando menos incompleta. Un loro manipulado al extremo de la absoluta dependencia es un ejemplar con dificultades para resolver pequeños retos. Lo vivo a diario en los trabajos de recuperación que realizamos. Como dije antes, una manipulación extrema en la infancia, impide que el ejemplar se sepa capaz de resolver conflictos aparentemente simples. En esos casos, el terror da paso a conductas aberrantes e inesperadas por el propietario. Así, trato con loros que padecen episodios de picaje, de gritos o de ataques de pánico en situaciones que muchos otros congéneres de menor edad y diferente historial afrontan sin problema.

Sin llegar a estos casos límite, un ave se pierde no solo porque quiere huir, sino a veces porque las circunstancias le impiden regresar. Un loro al que se ha enseñado a volar de determinada manera y en determinadas circunstancias tiene, claro que sí, mejor condición física que uno que nunca ha volado, pero no es verdad que tenemos un 100% de garantías. Los mejores entrenadores, aquellos que incluso se han dedicado profesionalmente a exhibir loros en vuelo, pueden relatar  episodios de pérdidas, a veces definitivas, de muy valiosos ejemplares.

Pensemos aún en un detalle más. Como he relatado en párrafos anteriores, el papagayo vuela por un largo periodo con sus padres y tutores adultos y es en esas condiciones en las que mejora y perfecciona sus técnicas, es con el seguimiento y el amparo de éstos como afronta las complicaciones hasta ir adquiriendo seguridad. Aunque nosotros procuremos ser instructores menos radicales que los descritos anteriormente, aunque tomemos al joven loro mucho más desarrollado y respetando sus pautas básicas de crecimiento, seguiremos careciendo siempre de la posibilidad de volar junto a él cuando afronte una corriente, cuando deba cambiar de dirección, cuando se exponga al nuevo medio. Para que se vea claro, será como si quisiéramos enseñar a nadar a un niño en un río mientras nosotros permanecemos en la orilla. ¿Qué quiero decir con esto? Que sólo si me he asegurado de que ese niño tenga seguridad en sí mismo, energía y capacidades físicas suficientes, podrá percibir la experiencia en formas no traumáticas, podrá resolver sin pánico el que le roce o se le enrede una rama sumergida o el que la corriente lo aleje. En caso contrario, el acto de nadar estará rodeado de connotaciones adversas y, aún practicándolo, puede no llegar a ser nunca una práctica gratificante, sino algo que hará porque se lo mando, porque lo he condicionado para ello.

Para que un papagayo pudiera percibir como gratificante el acto de que lo saquemos a volar al exterior debe ir precedido de un aprendizaje en seguridad, además de una práctica en condiciones favorables, en las que el animal pueda recrearse con alertas reducidas, con certezas.
Aprendizaje en seguridad significa que el papagayo tiene buena salud física y mental, es decir, es autónomo, está fuerte, no tiene sensación de incomodidad, no tiene miedo de lo que va a suceder, confía en el cuidador y en el entorno, no le duele nada, no siente que algunas de sus necesidades primarias estén por cubrir...Práctica en condiciones favorables significa que conoce lo suficiente del entorno como para saber responder autónomamente a los cambios sin temor.

Y aquí vienen entonces dos preguntas esenciales que van a definir la que realmente es mi postura y que sugiero que se planteen quienes de verdad buscan la mayor calidad de vida de su mascota cuando encaran la opción de permitirles volar en exterior:

-¿Conoces realmente a tu papagayo?
Esta primera pregunta es mucho más compleja de responder de lo que muchos propietarios suponen. ¿Cuántos propietarios aducen reacciones sorprendentes, incluso en interior, cuando se relacionan con su loro? ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de “No sé por qué hizo esto”? ¿Imagináis lo que eso puede suponer en un entorno extraño a ambos, en el que el loro y nosotros nos desenvolvemos en planos distintos? Pero voy más allá ¿Qué sabes sobre la etología de la especie a que tu papagayo pertenece? ¿Sabes cómo, dónde y cuándo se desarrollan sus actividades de vuelo? ¿Sabes si tu papagayo goza de la salud óptima para afrontar esos ejercicios? ¿Cómo están sus patas para aterrizar, su vista para percibir el entorno, sus sacos aéreos y sus pulmones para ejercitarse en esas condiciones? Parecen preguntas planteadas para disuadir, pero no son gratuitas. He conocido loros que cayeron a plomo por un sobresfuerzo, porque padecían aerosaculitis, aves que aterrizaban mal por dificultades en sus patas, ejemplares que se asustaban o desorientaban por mala visión periférica, muchos de ellos en circunstancias menos arriesgadas que un vuelo en exterior, pero con todos ellos quería practicarse el vuelo libre, algunos incluso habían iniciado el trabajo.

La segunda pregunta tampoco es sencilla ¿Tienes la certeza de poder ofrecer a tu papagayo las condiciones oportunas para que esta práctica de vuelo resulte todo lo positiva que él merece? Sé honesto contigo mismo, se racional y olvida lo “bonito” ¿Podrás dedicar el tiempo, el dinero, el espacio en tu vida que una práctica responsable va a exigirte? No respondas a la ligera. Desde el lugar en que vives y la distancia al lugar de práctica (que en la mayoría de casos exige moverse en automóvil por varios kilómetros) hasta tu vida familiar, tus horarios de trabajo, tus condiciones físicas a la hora de entrenarlo, tu estado de ánimo, TODO, absolutamente todo cuanto va a influir en que acudas hoy o mañana a practicar con tu papagayo, son elementos que deberías considerar para un ejercicio responsable.
Porque el vuelo no es una alternativa a nada, sino un elemento que sumaremos al conjunto de cuidados que ya tenemos que hacer. Volar al papagayo en exterior y aún antes, prepararlo para que lo haga en condiciones seguras, no nos va a reducir el tiempo que ya debemos dedicar,  ni el modo en que debemos acomodar la jaula, o elaborar su alimento, o suministrarle elementos de enriquecimiento ambiental en casa,o llevarlo al veterinario y todas esas cuestiones que a la mayoría de los propietarios medianamente responsables ya les cuesta trabajo atender diariamente. 

A menudo, después de toda esta explicación escucho decir que “he desinflado el globo” a alguien. Tristemente, los humanos necesitamos que alguien lo haga de vez en cuando, especialmente cuando de ello depende la vida de otro ser que no ha podido elegir convivir con nosotros.
No es mi intención desinflar globos, más bien que se inflen con el gas adecuado para un largo recorrido. Ahora os digo, si seguís considerando que hacerlo volar en exterior es una opción, evaluad muy concienzudamente su salud física y mental y la vuestra, analizad si es ese el mejor modo en que podéis ofrecérselo, de acuerdo a sus características específicas y a vuestro lugar y modo de vida, conoced exhaustivamente cuanto podáis sobre vuestro loro y preparaos al respecto, después volved a pensarlo y, entre tanto, no dejéis de ocuparos de conseguir que sepa ser un loro de verdad, que se alimente  adecuadamente cada día, que tenga los juegos y actividades en interior que lo mantengan en plena forma-Bien entendido siempre que la cautividad es una forma imperfecta, con o sin vuelo- y buscad apoyo de personas que, además de conocer la materia, tengan un enfoque respetuoso de la actividad, un enfoque donde el objetivo sea de verdad el papagayo visto en sus 360º. Preparaos en tierra tan concienzudamente (a vosotros y al loro) como os sea posible. No perdáis de vista ni por un segundo que vuestro loro tiene requerimientos tan imprescindibles como el vuelo y previos a él.

No es casual, mientras escribo esto, tengo al otro lado una hembra de guacamayo de cinco años, a cuyo primer propietario conocí precisamente por uno de los foros sobre vuelo en que yo colaboraba. Él, como bastantes otros, eligió pensar que mis informaciones eran derrotistas o agoreras y trabajó justo en los modos que yo desaconsejo. Vilma ya "ha tenido" que cambiar de manos por tercera vez, parece que es una “guacamaya tonta” que además de relacionarse mal con otros loros, sigue dirigiéndose a los humanos como un volantón recién saltado del nido, con posturas de demanda impropias de su edad. Ha hecho bastantes mejoras desde que dejó su primera casa, pero sigue teniendo por delante mucho camino y, para su desgracia, no es seguro que pueda recorrerlo completo.
Si Vilma fuera un caso único, sencillamente habría contado su historia como curiosidad, pero ella es sólo uno de los numerosos ejemplares que encuentro en mi camino. Me consta que existen también honrosas y gratificantes excepciones a este patrón, son precisamente aquellas en que el objetivo verdadero ha sido el ave y las miras fueron amplias. Por eso creo que vale la pena una reflexión al respecto. Yo desde luego la hago y me quedan aún cuestiónes que,  pese a la extensión de este escrito, no he podido incluir.